Conócete a ti mismo - es la frase que que tantas veces escuché en el colegio en mis clases de filosofía y que en ese momento no resonaba para nada en mí, la que hoy abre este relato.
En el encuentro anterior les hablé de los mensajes mágicos, esos mensajes que me iban dando pistas para avanzar un poco más en mi búsqueda. Hoy les voy a compartir uno de los descubrimientos más clave que generaron esos mensajes y que trajo como resultado muchos cambios en mí.
Lo primero que noté ante tantas preguntas y mensajes que me aparecían, es que yo no me conocía, y que tampoco me daba el tiempo para hacerlo. Vivía como anestesiada sin poner foco ni tener mucho registro de mi.
Mi malestar por momentos me hacía sentir que sabía lo que no quería y que no tenía idea qué quería y eso me enojaba, pero la verdad era … que nunca iba a poder saber qué quería sin antes saber quién era.
Tantos años en automático, viajando en ese tren que no recordaba haberme subido con consciencia, resultaron en una completa desconexión conmigo. ¿Cómo iba a saber dónde quería ir o qué quería para mi vida frente a tanta desconexión? Sabía más y estaba más atenta a lo que esperaban los demás de mí, que lo que yo misma esperaba o quería.
Esto me generó mucha angustia y me motivó a buscar la puerta de entrada al auto-conocimiento.
En el momento que empecé, había muchos prejuicios al respecto. Todo lo que fuera autoconocimiento se consideraba “new age” o “ auto-ayuda” y se los llamaba así de manera despectiva. Quien se metiera en ese mundo pasaba a ser un hippie o un distinto en el mal sentido. Hoy me hablas de ser distinta y me encanta!
Pero en ese momento, lo que era 100% mental era lo serio y "profesional", juntar diplomas y honores, con lo cual, meterme en este mundo al mismo tiempo que continuaba mi vida corporativa, fue un acto de valentía y un poco de rebeldía. Y si… ya era hora! Toda mi vida sin salirme del guión!
Tuve la suerte de que mi mamá, quien también estuvo en ese mundo tan mental, había empezado este camino un tiempo antes y a través de ella, fui viendo que había varias posibles puertas de entrada.
Algunas me atraían más y me acercaba con curiosidad a ver qué me pasaba con eso, otras no tanto y las dejaba pasar.
Es importante aclarar esto porque yo te voy a compartir lo que fue y está siendo mi camino que de ninguna manera es EL Camino o una receta de lo que hay que hacer, es simplemente el mío y te lo comparto para que tal como hizo mi mamá conmigo, pueda darte algunas pistas para empezar a recorrer o continuar recorriendo el tuyo.
Lo primero que detecté es que para poder hacer este proceso, debía darme el tiempo, debía priorizarme por sobre todas las cosas y para poder lograr esto, debía quererme y aceptarme lo suficiente.
En este proceso aprendí, con la llegada de un libro llamado Encuentro con la Sombra, que quererme era poder aceptar mis luces y mis sombras. Reconocer que la sombra también es parte de mi y que la única forma de cambiar lo que no me gusta es conocerla, me hicieron perder el miedo y esto fue clave porque me llenó de entusiasmo y curiosidad para comenzar el camino del autoconocimiento.
Estaba dispuesta a ver lo que necesitara ver, sea lo que sea y pasara lo que pasara, para conocerme.
Recuerdo una charla con mi psicóloga diciéndole… quiero meterme bien en el barro. La imagen que me venía cuando pensaba en esa sombra, era la de un anzuelo clavado en mi piel. Si lo dejaba adentro y lo ignoraba, quizás por un tiempo ni me daría cuenta que lo tenía, pero con el paso del tiempo, debería convivir con la infección, sentir dolor y muy probablemente tendría consecuencias más graves.
Si lo sacaba, me dolería más que cuando entró pero finalmente podría cicatrizar y sanar.
Y con esta primer decisión firme, emprendí mi búsqueda hacia mi interior.
A partir de ese momento, empecé a estar más atenta a los mensajes y a reconocer a las personas o situaciones como oportunidades para conocerme. Esto me permitió trabajar la aceptación, la idea de que lo que apareciera, me gustara o no, era lo que necesitaba para verme, para aprender, para ejercitar algo que no hubiera podido ejercitar si no fuera por eso que se me presentaba. De esta manera, todo lo vivido, empezaba a tener sentido.
Hoy noto que las situaciones y las personas eran las mismas, lo que había cambiado era el significado que yo les daba, eso era lo que las hacía tan valiosas para mi búsqueda y mi viaje hacia mi interior.
Mi primer escalón en este viaje, en paralelo con terapia, fueron cursos de respiración, meditación, yoga y retiros de silencio porque necesitaba bajar 1000 cambios. Llegué a eso buscando parar el tren, parar mi mente para poder verme y encontrar un poco de paz.
Ahí encontré ideas y conceptos que no tenía y que me hicieron mucho sentido. También encontré gente en un camino similar al mío y eso me hizo sentir acompañada.
Yo en general le huyo a las ceremonias, rituales o a todo lo que tiene pinta de sectario, pero no por eso, niego sus beneficios o juzgo lo que ocurre. Simplemente voy con curiosidad a recibir mensajes, vivir experiencias y tomo lo que siento que me sirve para mi desarrollo.
Esa soy yo, otros tienen otra experiencia. Una vez me dijeron que no es ideal hacer “shopping espiritual” porque te impide profundizar pero yo soy medio desprolija para eso… Me gusta recorrer los caminos en zigzag, ir viendo todo y elegir lo que mejor me va.
También suelo leer varios libros al mismo tiempo, dejarlos por la mitad y retomarlos en otros momentos.
De los mensajes más poderosos que recuerdo de esos primeros pasos y que tuvieron mucho impacto en mi vida fueron…
Ver mucha gente con una vida parecida a la mía, con trabajos y una vida como la mía, que se estaban transformando, que lucían bien, felices y en paz. Esto me mostró que funcionaba y que no debía convertirme en un monje o irme de mochilera al tibet para poder profundizar, conocerme y transformar.
Otro concepto fue… somos lo que consumimos. Esto me hizo muchísimo sentido, mire a mi alrededor, tomé algunas decisiones importantes y empecé a notar los cambios de manera automática.
Primero empecé a tomar conciencia de mis hábitos, de mis conversaciones, de mis vínculos. Reconocí que todo eso formaba parte de una vida que no me estaba cerrando y luego empecé a tomar algunas decisiones.
Esas decisiones fueron
Cambiar mi alimentación, informarme y empezar a hacerlo más conscientemente para nutrir mi cuerpo en vez de llenarlo,
Dejar de ver televisión abierta y leer diarios,
Dejar de ver series y películas con contenido de violencia antes de dormir,
Conectarme más con la naturaleza,
Ver y leer cosas que me hagan bien,
Vincularme con gente con una linda energía parados más tiempo en la abundancia y la gratitud que en la queja,
Hacer yoga,
Escuchar mantras,
Sentarme en silencio a observarme o lo que llamamos “meditar” de vez en cuando aunque con la mente hiper turbulenta, se me hiciera super difícil.
Para que me acompañe en este proceso, busqué una médica ayurveda para que me ayudara a mejorar mis hábitos y así fortalecer mi cuerpo, mi alma. Ella me guió hacia otros profesionales de la misma linea y a recursos para nutrirme en todo sentido.
A partir de todo esto tomé la decisión de identificar cuáles eran mis fuentes de energía y tomar conciencia de que sin ellas, lo único que lograría sería desnutrirme y no poder dar lo mejor de mí, en ningún ámbito de mi vida.
Otro mensaje super poderoso fue conocer la tendencia natural de la mente de saltar de un lado a otro, de pendulear hacia el pasado y el futuro. De enroscarse en juicios y suposiciones frente a situaciones que aún no ocurrieron.
Esto me hizo empezar a observar mis pensamientos, ver para dónde iban, que me decían. La observación con curiosidad para seguir aprendiendo sobre mi.
Descubrí un pensamiento esclavizante que me hacía priorizar mi trabajo por encima de todas mis fuentes de energía, incluyendo mi persona, mi familia y mis amigos.
En mi mente había un supuesto jefe que me iba a castigar o dejar de darme oportunidades si cortaba mis actividades laborales y hacía cosas que me hacían bien como para estar más equilibrada en vez de sólo dedicar el 100% de mi tiempo productivo al trabajo.
Imagínense como estaba en esa época y lo poco que quedaba de mí para mí o para mis seres queridos. Hubo una época en la que contestaba emails envuelta en una toalla y chorreando agua por no poder esperar a secarme y vestirme luego de darme una ducha para hacerlo.
Yo jamás tuve problemas en el trabajo, siempre cumplí con todos mis objetivos, fui reconocida por mis jefes, clientes y pares y siempre estuve dispuesta a dar mucho más tiempo de mi cuando sentía que era necesario pero aún así, tenía ese pensamiento, se me había ido de las manos y no me estaba haciendo bien. Era urgente la necesidad de frenar. Ya había empezado a sentir los efectos de la desnutrición en todos los ámbitos.
Obviamente este es un trabajo de todos los días. La tendencia a la sobreexigencia, la culpa de no producir, o los raptos emocionales en situaciones que me detonan, es algo con lo que convivo pero al menos ahora los veo. Lo bueno es que puedo ver la sombra, no castigarme tanto y desde ese lugar, conocerme y corregir.
¿Te resuenan estos descubrimientos?
Gracias por leer hasta acá.
Estamos en contacto
Un gran abrazo!
Romi
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